sábado, 11 de junio de 2011

AMOR, DOLOR

Hace una semana que salí por la noche para celebrar con los miembros de la ONG en la que trabajé hace tiempo los cincuenta años del nacimiento de la organización. La cena transcurrió agradable. Al final nos sirvieron unos chupitos pero yo dije que no tomaría porque tenía que conducir. Era cierto. La cena había coincidido… con que… (el caso es que tenía que conducir)
Había en el encuentro una mujer que yo suponía muy joven a la que no conocía de nada hasta aquel momento. En realidad durante la cena no pudimos hablar pero cuando yo dije que no tomaría alcohol porque tenía que conducir ella, a la que acababa de conocer dijo: “Pero no te marcharás ahora mismo después de la cena, supongo que tomaremos algo por ahí.” Yo pensaba irme pero aquella mujer joven que contaba conmigo para después de la cena me hizo cambiar inmediatamente de opinión. Supongo que no fue el azar pero en la terraza en la que el grupo decidió sentarse ella y yo nos sentamos juntos. Entonces me explicó que había estado en Nueva York en un curso de inglés durante tres meses. Teníamos un interés común: el aprendizaje del inglés. La charla fluyó con mucha naturalidad. No podría jurar si tonteabamos o no pero sí recuerdo que ella me tocaba el brazo al hablar. Yo muevo mucho las manos al hablar y recuerdo que ella me cogía de vez en cuando el brazo con su mano. No entiendo por qué lo hacía, pero no me pasaba desapercibido.
Ella era simpática, reía mis bromas, era guapa, tenía un aspecto muy joven, yo al principio la consideraba como una de mis alumnas aunque algo más crecida pero ella me había explicado que tenía 36 años. Era sorprendente porque desde luego no lo parecía.
La charla sobre el inglés fue muy agradable y se amplió a algunos más del grupo. Reíamos y lo pasabamos bien.
Cambiamos de lugar, fuimos a otra terraza, era bastante tarde, justo a la entrada del siguiente sitio, dije que me iba a despedir. Para entonces J.A. un viejo compañero del grupo había enlazado conversación con nosotros y me insistió para que me quedara. Ella también lo hizo. ¿Como resistirme?. Juro que tenía el propósito de irme pero enseguida se fue por tierra de nuevo.
En este bar mi relación ya no fue exclusiva con ella. Me puse a soltar ocurrencias y todo el grupo las reía. Nos habíamos quedado pocos y se podía hablar para todos. Ella estaba a mi lado y sin duda su presencia me inspiraba pero ya era el público el que tiraba de mí. Nada me colma más que hacer reir a la gente. La sensación de ser el centro de la conversación y conseguir que la gente lo pase bien con lo que cuentas es para mí una de las cosas que me hacen más feliz. En realidad tengo vocación de payaso y el aplauso del público, (aplauso figurado, me refiero) me produce una especie de borrachera, hace que me anime más y que sea más y más ocurrente.. Supongo que el alcohol ayudaba a que todos ellos rieran mis bromas pero desde luego no era el que me inspiraba a mí que no había bebido apenas nada. J.A. también bromeaba y sus risas eran el caldo de cultivo perfecto para mi cháchara.
Es verdad que el interés que despierta el deseo sexual es muy intenso. Cuando por la calle veo una mujer hermosa y experimento aislado el deseo sexual me parece enorme. Pero cuando sientes interés personal por una mujer concreta la experiencia es infinitamente más intensa y la satisfacción sexual palidece a su lado.
La noche terminó y por fin me marché, eran las cinco de la mañana. Pero la noche me dejó una tremenda melancolía. La melancolía de la vida que no viviré. A la intensidad del encuentro con esta chica se unió el éxito de mis bromas. Al día siguiente es lógico que sintiera un bajón descomunal después del ”natural high” de la noche anterior. Tentaciones me entran de volver por la ONG con el único propósito de verla a ella. Estoy seguro que si continuara mi trato con ella (si no vuelvo por allí es casi imposible que vuelva a encontrarla) y ella fuera tan amable como fue conmigo caería enamorado sin remedio. Conozco de sobra la experiencia. La he vivido dos veces en quince años y sé bien lo que significa no poder dejar de pensar en alguien durante quince minutos seguidos. Se lo mucho que se disfruta (es tremendo, es la cosa más maravillosa del mundo) La oxitocina es muy agradecida. Pero también se lo muchísimo que se sufre. Horroroso. Sobre todo si, como yo, no quiero destrozar la relación con mi esposa. El gozo en los primeros momentos es infinito pero el dolor cuando te haces consciente de que tu anhelo es imposible, el dolor, digo, es también infinito. Quizá más adelante vuelva a perderle el miedo pero hoy aún recuerdo el desgarro de muerte de la última vez y me asusta suficiente como para no desear la dulce dicha previa.
Ha pasado una semana. Los días siguientes fueron tristes, mi mujer decía que estaba de mal humor. Aún me queda una pena pero es más sorda.
No volveré a verla. No quiero volver a verla. Es muy probable que dentro de unos años haya olvidado lo que significa sufrir tras estar enamorado y a lo mejor no huyo como voy a huir ahora. Hoy sé que no quiero volver a vivir un dolor semejante.
Quizá alguno pensará… pero si la historia fuera correspondida… ¿no podría salir bien?
De ningún modo quiero separarme de mi mujer. Eso es absolutamente inconmovible. Ën ninguno de los enamoramientos que he vivido durante mi matrimonio (que han sido dos) he tenido el deseo de romper con mi mujer. Mi anhelo era poder disfrutar de la compañía del nuevo amor a la vez. Y nunca he pretendido acostarme con ellas. Su sola cercanía y su atención me colmaba de tal manera que no echaba de menos nada más. Pero llegaba un momento en que la ausencia de ellas se hacía punzantemente dolorosa e insoportable. Y es cuando entraba en el camino de espinas y lloraba amargamente a solas y sufría lo indecíble hasta que poco a poco y pasado mucho tiempo aceptaba que se acabó.
Ay, me duele. Me duele no poder seguir haciéndola reír. Creo que hoy me duele menos que el día siguiente de conocerla. Me duele pero se que no me conviene volver a verla.