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sábado, 5 de marzo de 2011

OBLIGACIÓN Y PLACER

“No te tiene que gustar, solo tienes que hacerlo.”
Es lo que le decía el otro día un maestro de mi instituto a un alumno y me parece una enseñanza genial y muy olvidada en estos tiempos. Creo que en la educación tenemos montado un lío mental con el asunto del placer. Como si todo lo que hacemos en la vida tuviera que gustarnos.
Lo que yo aprendí cuando estudie el asunto del placer es aquello de Aristóteles: No se trata de hacer lo que te guste, si no de que te guste hacer aquello que debes hacer. La idea me parece perfecta pero ¿cómo se consigue que te guste lo que debes? Aquí viene la dificultad.
Desde luego haciéndolo. No puedes esperar a que te guste para hacerlo. Y habrá muchas cosas que tendrás que hacer “a disgusto”. Y si nunca les encuentras el puntito de placer pues “se siente”.
Si a una persona le gusta y lee con gusto, leerá mejor, leerá más y aprenderá un montón de cosas. ¿Pero y qué pasa si no le gusta? Las actuales corrientes sobre el asunto de la lectura (tipo Pennac, o José Antonio Marina) dicen que los chicos tienen que leer y al mismo tiempo que no se les puede obligar a leer, que para que le cojan el gusto tiene que huirse de la obligación.
Pero entonces se produce una especie de paradoja pragmática. TIENES EL DEBER DE QUE GUSTE LEER. Algo así como “Te lo ordeno, sé espontaneo.”
Creo que hoy en día lo que tenían que tener claro los que quieren fomentar la lectura es que ésta se busca por “determinados beneficios intelectuales” que ella proporciona. Deberían tener claros cuales son esos beneficios, hacerlos explícitos en una lista (quizá ya lo han hecho y no me he enterado), y esos son los que deberían vender y publicitar. Que además se puede disfrutar leyendo, mejor que mejor, pero ese no es el asunto fundamental.
Si los “fomentadores de la lectura” insisten en el placer se van a dar de morros con la realidad. Hoy en día los videos juegos, navegar por internet y la TV proporcionan placeres enormes a las nuevas generaciones. Placeres contra los que la lectura no puede competir si de gozar se trata.
¿Lo que usted quiere es que yo disfrute? Déjelo de mi mano, que no necesito libros.
Hasta yo, que tengo 51 y que conozco el placer de la lectura reconozco que he gozado como nunca jugando al “Comandos” y a “Age of Empires” (ambos en el ordenador), y al “Principe de Persia” y al SuperMario en la Nintendo. Compartí esos juegos con mi hijo cuando él era pequeño y no puedo decir que disfrutara menos que leyendo. Otra cosa es que eso me beneficiara tanto como hubiera podido beneficiarme un buen libro, pero disfrutar disfruté igual o más. Y otra cosa es que le beneficiara a él.
Un compañero que ha conseguido que sus hijos sean apasionados lectores (yo no lo conseguí, y aún así me atrevo a dar consejos) me contaba que lo ha hecho restringiendo al máximo las horas de TV o video-juegos. Ha conseguido convertir la lectura en la parte del ocio de los días de diario, prohibiendo con mano ferrea la TV y los video-juegos que en su casa solo están permitidos en horas contadas durante los fines de semana.
Pseudópodo reconocía últimamente en un post que la lectura ha perdido la batalla en las nuevas generaciones y que eso le parece un empobrecimiento porque piensa que ni la TV ni videojuegos les darán a los jóvenes el bagaje conceptual que a nosotros nos dio la lectura. Desconozco si su post nace de la vivencia con sus hijos, que se que son lectores. Quizá ya hasta ellos empiezan a sufrir la competencia tan temida.
Claro que se puede disfrutar mucho leyendo pero creo que es un error pretender conseguir nuevos lectores hablándoles sobre todo del placer de leer.

lunes, 14 de septiembre de 2009

¿ERA TONTO GIOVANNI PAPINNI? (1)

Para que podáis responder a la pregunta del título (una provocación publicitaria) os resumo “El verdadero cristiano”, un cuento de Papini que se puede encontrar en su libro “Memorias de Dios”.

Nuestro protagonista, que siempre ha querido ser cristiano auténtico, no sólo de nombre, consulta su problema vital a un viejo canónigo, que es un afamado teólogo moralista.

Habla nuestro protagonista:
“El signo del verdadero cristiano es el desinterés. Quien hace algo por obtener recompensa no es digno de Dios. Quien sigue ciegamente su natural no es digno de Dios. Quien consigue hacerlo todo por nada y vencerse a sí mismo es digno de Cristo, Cristo ha sufrido por nosotros. Cristo es Dios, es decir, infinito, y por eso su dolor es infinito y no podremos nunca sufrir lo que él ha sufrido, aunque suframos eternamente.”

“Que no hay que buscar compensación al bien que hagamos, resulta evidente de varios pasajes del Evangelio, y sobre todo de aquellos en que se nos ordena devolver bien por mal. (…) Es menester, pues, no sólo hacer bien a quien nos ha hecho bien, sino al que nada nos dará en compensación, y sobre todo, queriendo ser perfectos, a quien nos corresponderá haciéndonos mal.”
Pero ante estas conclusiones se le plantea el siguiente problema:
“El mal que los hombres procuran no es un mal verdadero; es una intención, un simulacro de mal. El mal horrendo y eterno es privación perpetua de la bienaventuranza, el castigo infinito que sólo Dios puede infligir, es, en una palabra, el infierno.”.

“¿Cuál era, pues, el problema primero y único de mi vida de perpetuo cristiano? El de obtener el infierno, sin hace mal a los demás hombres, antes al contrario, haciéndoles bien según los mandamientos de Dios y de Jesús.”
El mérito auténtico sería hacer el bien pero renunciar al cielo como recompensa.
“¿Qué mérito tiene sacrificarse un poco durante los veinte, treinta, cincuenta o sesenta años de la vida terrena, cuando se tiene delante la recompensa eterna y cierta, mil e infinitas veces mayor, el gozo divino por excelencia?”
Pero además nuestro hombre tenía una dificultad añadida para conseguir su objetivo. Él era de natural bueno y lo que le salía espontáneamente era hacer el bien a los otros.
“Lo que no cuesta ningún esfuerzo, que no atormenta, que no se obtiene a través de durísimas pruebas y despiadadas batallas, no tiene valor ante Dios.”
¿Qué hacía este hombre?
Quería hacer el bien a todos pero renunciando al cielo como premio. Por un lado hacía el bien a los demás todo lo que podía y por otro blasfemaba (no sólo con los labios, con el alma) e incumplía todos los mandamientos de la Iglesia con el afán de condenarse. “Por la noche, a la busca de pecados, de culpas y vicios, que me perjudicasen e hiriesen a mi sólo.”

Como para él ser cristiano consistía en ser desinteresado anhelaba ser “digno del infierno” y habiendo hecho el bien a todos recibir, sin embargo, un castigo eterno.
“¿Y quién será tan cobarde que acepte el cielo? (…) Por haber hecho una pequeña caridad, por haber dado tu pan y tu capa y alguna lágrima, ¿querrías gozar la alegría perfecta y eterna? ¡Qué vergüenza! ¡Qué infamia! ¡Lejos de nosotros ese espíritu mercantil y judaico!”
El “verdadero cristiano” le pregunta al canónigo si cree que lo que hace bastará para condenarse. Y cuando éste le responde que no, que cree que se salvará porque Dios perdona hasta al pecador más endurecido si se arrepiente… ¿sabéis lo que hace nuestro protagonista? Buscando un pecado imperdonable apuñala al canónigo y luego antes de arrepentirse y para no hacerlo abre una ventana y se suicida arrojándose por ella. Así termina el cuento:
"Dos horas después, unos hombres encapuchados de negro, llevaron al depósito los restos del último cristiano."

¿Era o no era tonto Papini?



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En relación con la ética de Kant alguien ha sugerido que su teoría nos lleva a una paradoja parecida. Si la auténtica acción moral es la que se hace por amor al deber y no siguiendo tu propia inclinación ¿no sería la persona más moral aquella que hace el bien pero desea con todas sus fuerzas hacer el mal?

domingo, 3 de mayo de 2009

¿el placer de leer?

En las jornadas de animación a la lectura a las que he asistido algunas veces he notado que los participantes no parecen tener del todo claro cuál es el principal objetivo de la lectura.

Por un lado elogian la lectura como un placer. Como un enorme placer sin mayor finalidad que la de pasar el rato leyendo. Me han dicho que Borges y Barthes insistieron mucho en este aspecto.

Por otro lado se habla de las muchas ventajas que tiene leer y de como sirve para penetrar en realidad, para comprenderla, para descubrir nuevos mundos, para ir más allá de nosotros mismos y crecer, en una palabra: para mejorar.

Aquí está el problema. ¿De qué se trata? ¿Cuál es el principal objetivo de leer? Mejorar o disfrutar.

Supongamos que es el placer. Si el objetivo es disfrutar supongo que a nadie le parecerá mal que los jóvenes de ahora, mayoritariamente, no lean. Que no lean no quiere decir que no disfruten. Encuentran placer en otras actividades, que quizá por su facilidad, le han ganado la batalla a la lectura, ya he dicho que mayoritariamente hablando. Los videojuegos, la televisión, chatear, compartir fotos a través de tuenti, todas ellas producen gran disfrute a los jóvenes actuales… Si se tratara de placer ¿por qué razón habríamos de retirar a los chicos de los videojuegos y llevarlos a leer? ¿No son, para muchos, más placenteras que la lectura?

Cuando se comparan dos placeres (en cuanto placeres) ¿es posible poner de acuerdo a dos personas? ¿No se trata de algo puramente subjetivo? Existen actividades placenteras beneficiosas y otras que lo son menos o que incluso son perjudiciales, pero para diferenciarlas no se puede aludir al placer mismo (que dependerá de cómo lo viva cada uno) sino a algo absolutamente diferente: el bien que procuran.

Ahí está precisamente la clave del problema. Creo que el objetivo auténtico de la lectura no es disfrutar.

Platón había criticado muchas veces el placer pero el gran descubrimiento de Aristóteles es que el placer se educa. Aprendemos a disfrutar. No hay propiamente actividades placenteras. El placer puede acompañar a toda actividad que se hace libremente. Subir cuestas con la bici (algo en principio esforzado y desagradable) puede ser placentero si lo hacemos porque queremos y le pillamos “el gusto”. Muchísimas cosas que pueden ser molestas si te obligan a ellas, se convierten en motivo de placer si han sido elegidas con libertad. Por eso lo fundamental no es ir tras el placer, sino conseguir sentir placer haciendo aquello que es bueno hacer. Debemos aprender a disfrutar con lo que es conveniente y aprender a no disfrutar con lo que no es bueno hacer.

El placer es la guinda del pastel pero no el pastel mismo. Debemos hacer lo bueno y además disfrutar haciéndolo.

Con la lectura creo que pasa eso. La lectura es buena por muchas cosas, más arriba he mencionado las que a mí se me ocurren. Precisamente porque la lectura es muy beneficiosa es muy bueno que además sea placentera. De esa manera habrá más posibilidades de que repitamos una y otra vez. Pero es un error pensar que la lectura es buena porque es placentera.

Pero es que además, insistiendo tanto en el placer le quitamos importancia a la lectura misma y a sus beneficios.

Y FINAL.

La lectura “enseña”. Otra cosa es que la moraleja educativa explícita pueda arruinar los beneficios de un cuento de fantasía bien escrito. Por eso discrepo con eso de que la esencia de la fantasía sea conseguir “hermanos apretados unos contra otros en la penumbra con el corazón acelerado”.

Y cuando digo enseñar no me refiero a datos o a una moraleja. Su enseñanza es más profunda. Se trata de que descubra la parte invisible de la realidad, o nos ayude a comprendernos a nosotros mismos, o nos muestre como es el amor, o la vida o nos haga tener sentimientos que nos eleven… lo que sea.

“El arte trata de hacer visible lo invisible”. PAUL KLEE.